China ya decidió que las naciones sudamericanas serán sólo proveedoras de materias primas: endeudarse con la nación asiática es un negocio de alto riesgo
El caso argentino comparado con el chileno y brasileño.
El manual dice que no existe nada mejor que integrarse comercialmente con una nación complementaria. China –por ejemplo– produce muchos de los bienes necesarios para llevar una vida civilizada. Y requiere alimentos para sus 1360 millones de habitantes, que son, justamente, la especialidad de muchas naciones sudamericanas. Un matrimonio perfecto. Pero no. Los hechos muestran que esa situación ideal está bastante lejos de suceder.
En 2006 Chile firmó un Tratado de Libre Comercio (TLC) con China. Desde entonces el comercio bilateral de Chile con la nación asiática fue superavitario. Los últimos datos oficiales (Direcon) indican que en los primeros nueve meses de 2014 el superávit fue de 3241 millones de dólares.
Chile registra superávit con China no por ser un campeón en las exportaciones –de hecho es un espanto– sino por ser un importador eficiente de bienes finales (a diferencia de la Argentina que, al importar bienes intermedios para ensamblar en el país, termina consumiendo muchas más divisas para producir bienes que terminan siendo escandalosamente caros para el consumidor cautivo).
Brasil registra superávit comercial con China desde el año 2009: los últimos datos oficiales indican que el mismo fue de 3275 millones de dólares en 2014. Sin embargo, al igual que Chile, la mayor parte de las colocaciones brasileñas en la nación asiática corresponden a commodities (el año pasado la soja, el mineral de hierro y el petróleo representó un 78% de las ventas totales).
La relación comercial de Brasil con China viene produciendo más divisas de las que consume porque sencillamente la nación sudamericana tiene más commodities para ofrecer. Y no porque cuente con una estrategia brillante.
El peor alumno del barrio es la Argentina: viene registrando desde 2008 un déficit comercial creciente con China (en 2014 el mismo fue de 5789 millones de dólares, según datos oficiales del Indec).
El problema de la Argentina –además del modelo ensamblador de piezas importadas– es que cuenta con un solo commodity de interés para los chinos: la soja. Nada más.
Los síntomas son más graves en algunos casos que en otros. Pero la enfermedad es la misma. Los chinos ya decidieron cuál será el rol asignado a Sudamérica: proveedor de materias primas. Ellos mismos se encargarán de elaborar sus propios alimentos para promover la generación de empleo local.
El gobierno argentino, al igual que sus pares sudamericanos, no sólo no encontraron aún el camino para integrarse con China de una manera sustentable, sino que además están promoviendo un megaendeudamiento con empresas estatales chinas para construir obras orientadas a eficientizar la extracción y transporte de materias primas hacia la nación asiática.
El propio “Convenio Marco de Cooperación en Materia Económica y de Inversiones con el Gobierno de la República Popular China” –que tiene media sanción por parte del Senado argentino– establece sin rodeos que las inversiones financiadas por compañías chinas estarán destinadas a satisfacer las necesidades de la nación asiática.
Textualmente dice que las inversiones estarán orientadas a “incrementar la capacidad productiva de la industria argentina en sectores de gran potencial de exportación al mercado chino”. No dice una sola palabra sobre los intereses de la próxima generación de argentinos, quienes, después de todo, serán los encargados de pagar los préstamos colosales para financiar obras que el gobierno argentino seguramente anunciará esta semana como un logro indiscutible.
Por Ezequiel Tambornini/Valorsoja
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