En Argentina solo 18% de la superficie sembrada con soja usa semilla fiscalizada, aunque las nuevas variedades “rinden más”
La asociación ProSoja presentó estudios que reflejan la caída en la superficie sembrada con soja y en los rindes en los últimos años. Las variedades colaboran en las mejoras de los rindes, pero también se debe acompañar “con más agronomía”.
Actualmente en el cultivo de soja se da “la paradoja de que el mejoramiento genético aporta al mayor rendimiento, pero no se refleja en el campo”, advirtió el ingeniero agrónomo del INTA, Diego Santos, en el Seminario Acsoja 2022, en donde disertó en el panel “El mejoramiento genético hace su aporte pero solo eso no alcanza”.
Santos integra la asociación ProSoja, que reúne a fitomejoradores de Soja de todo el país, y describió la brecha de rendimientos en la soja, es decir, la diferencia entre los rendimientos logrados y los potenciales. El especialista planteó la cuestión en un contexto de menor superficie ocupada con la oleaginosa y de una pérdida sostenida en los rindes promedio a nivel país, debido también al incremento de la superficie de trigo-soja de segunda.
“Apuntar al rendimiento potencial de un cultivo en un ambiente implica sembrar al cultivar con máximo potencial y darle un manejo que lo conduzca a expresarlo”, dijo.
Santos corroboró la afirmación con estudios de la Universidad Nacional de Rosario, de la Universidad Estadual de Paraná (Brasil) y de la propia ProSoja. En los dos primeros coincidieron en ganancias de rendimiento de 45 kg/ha/año, a pesar de los ambientes contrastantes. En el caso de la Red de ProSoja obtuvieron ganancias genéticas de rendimiento desde 1980 hasta 2015 en Argentina en los grupos de madurez 3, 4, 6 y 8; pero “no significativas” en los GMs 5 y 7, adonde una variedad de grupo V antigua mantuvo niveles muy competitivos en rinde.
“Al ponderar esas ganancias por la proporción de superficie sembrada de cada grupo de madurez, se obtuvo una ganancia genética que corresponde al 78,7% del promedio nacional entre 1985 y 2015”, apuntó con la aclaración de que los resultados fueron muy dispares según las regiones.
El ingeniero agrónomo resumió que “la variedad no es un insumo más” a la hora de definir el rendimiento de la soja, ya que es la que “marca el potencial de cultivo al que se puede aspirar y agrega mecanismos de defensa contra los agentes reductores”.
Igualmente alertó que “estaremos en problemas” si no se toma a “la semilla como ambiente”, si no se presta atención a la “supervivencia del suelo” y si no se toma en cuenta la necesidad de fertilización pensando en “potencial alimenticio” del grano.
Santos resaltó que solo el 18% de la soja fue plantada con semillas fiscalizadas; y remarcó además que “se siembran variedades de 7 años de antigüedad promedio”.
“Todo este análisis cae en saco roto si las variedades modernas y la semilla certificada no crecen en el campo argentino. Es decir, si no se adoptan los materiales más nuevos y se los acompaña con la agronomía adecuada, los rendimientos unitarios no van a crecer”. En otro orden remarco la brecha que se está produciendo por la no incorporación de nuevos eventos biotecnológicos que ya se están utilizando en otros países.
Y concluyó con tres propuestas: darle un marco legal para aumentar el uso de semillas fiscalizadas, adoptar la genética moderna existente, y acompañarla con aquellas prácticas de manejo que se recomiendan para achicar la brecha.
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