El Rey, su Dama y un merecido descanso eterno
Lo vio venir, barbado y mítico. Corría 1964 y el tablero que llevaba en la mochila de su vida lo había depositado en Cuba. Jugaba ante Silvino García cuando levantó la vista y advirtió que él se acercaba, erguido y expectante.
-Un gusto en conocerlo, Comandante, atinó a decirle, y recibió una respuesta halagüeña…
-Usted será quien no me conoce. Yo lo conozco muy bien, Maestro, era hincha suyo cuando usted jugaba en la confitería Rex de la avenida Corrientes…
Ernesto Guevara aportaba una anécdota más para ser incluida por el Gran Maestro Internacional Héctor Decio Rossetto en el tablero de la vida, que por obra y gracia de su destino trashumante andaba de simultaneas y torneos en Cuba. Alguna vez ese vuelo lo posó en 9 de Julio, procedente de su Bahía Blanca natal, donde sucumbió ante el jaque mate del amor de una nuevejuliense de pura cepa, con la que engendró dos hijos, Pablo y Cecilia -referente mayor de esos pagos-, quien continúa mostrando por el mundo la mejor cara del terruño en el que alcanzó a respirar durante sus primeros años.
Y si estas líneas rozan la cintura de Cecilia es porque el nombre de su padre volvió a aparecer entre los trebejos fantasmales del recuerdo durante estos días en que sus cenizas están siendo pasadas al sitio final donde chamuyará alfiles y reyes, torres y peones y obviamente que también con ella, su Dama, Oneida. Si la pieza tocada pudiera ser regresada a la casilla como una manera de hacer retornar el almanaque, volvería a tener vigencia aquel tiempo transcurrido entre el 8 de septiembre de 1922 y el 31 de enero de 2009, fechas que encerró la vida de este Gran Maestro Internacional de ajedrez.
Héctor Rossetto fue una mítica figura del deporte nacional, cinco veces campeón argentino y tres subcampeón olímpico, con un oro como cuarto tablero. Y fue miembro de esa generación dorada que también integraron Miguel Najdorf (“el mejor”), Julio Bolbochán, Carlos Guimard (a quien pudo ganarle a los 19 años) y Hernán Pilnik. Anduvo toda la vida con la misma pilcha de orejano del oficio que lo llevó a codearse con Humphrey Bogart, Bing Crosby y Marlene Dietrich en Estados Unidos, y con Eva Perón durante un viaje en el que coincidieron en Yugoslavia. Fue Evita quien le otorgó una casa a crédito en el Parque Chacabuco donde vivió medio siglo (“que pagué hasta el último centavo”, solía aclarar él).
Sepan los pibes de las nuevas generaciones que ahí cerquita descansa este fenómeno del deporte y de la vida, que a los 86 años perdió la única partida segura de perder. Volteado el Rey, la muerte enseguida también creyó que se devoraría a su Dama, pero ahí andan los dos ahora, detrás de algunas plaquetas sentidas que están llegando para que algún desprevenido se frene ante la tumba. Entre ellas las del ex Secretario de Deporte nacional, Claudio Morresi, unido a Cecilia por un dolor común: a él los militares le detuvieron, desaparecieron y asesinaron a su hermano de 16 años; a ella le arrancaron a su marido, del que aún no sabe nada. El lunes a las 11 en el cementerio habrá un acto, sería justicia si en las escuelas se aprovechara el momento para contarles a los pibes de Rossetto y de todo lo que sirve el ajedrez para pensar y ser mejores. Pero ya nos metemos en otra partida…
Poco antes de morir, hubo un homenaje a Rossetto en el Congreso, momento que compartimos junto al entonces diputado local y estadista mayor de nuestra cuna, Jesús Abel Blanco. Allí el deportista fue reconocido, quizás un poco tarde, como suele suceder con tantos otros grandes a los que el olvido suele atrapar con la complicidad de la amnesia humana. Pero la memoria vence. Y por fortuna su mente y la potencialidad que le metió a sus descendientes, junto a amantes del juego-ciencia como Carlos Ilardo y otros incondicionales del deporte, han hecho que su nombre vuelva a cobrar vigencia. Una frase del colega y amigo Ilardo lo definió en forma breve, como un mate pastor: “Fue un genuino representante del ajedrez criollo, que se elevó hasta la luz de estrella y alcanzó brillo propio”.
Y no hace falta adornar con más palabras ni datos el tema, porque ahí está Google para que los ávidos de estadísticas puedan saciar su sed. Tendrán para empacharse mirando todo lo que obtuvo Rossetto como ajedrecista. Aunque tal vez falte allí ese dato simbólico tirado párrafos atrás: perdió la partida ante quien todos sucumben, pero aún muerto sigue defendiendo a su Dama, y eso ya nadie se lo podrá quitar.
Esta nota fue escrita por el periodista deportivo Guillermo Blanco, el 7 de septiembre de 2018
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