Crisis lechera: cierran cientos de tambos
En Castellanos, corazón de la actividad, dejaron de funcionar más de 400.
Como un boxeador exhausto, rendido, Ricardo Andretich tiró la toalla. Después de manejar durante más de 20 años un tambo que tiene una historia de casi un siglo, lo venderá en los próximos días en un remate. En el corazón de la mayor cuenca lechera del país, se dedicará a una actividad totalmente distinta: la construcción, según publicó La Nación.
Tomó la drástica decisión hace dos meses. Junto con dos hermanos que son sus socios, concluyó que con los precios actuales, iguales o incluso inferiores a los del año pasado y que no cubren los costos, más el desincentivo de las políticas del Gobierno y sus perspectivas, la operación del tambo ha dejado de ser un negocio rentable.
Como otros productores que siguieron peleando contra la adversidad, se endeudó y hoy tiene una deuda comercial con proveedores que asciende a $ 1,3 millones, equivalente a tres meses de facturación de la producción. «Esa deuda es manejable, pero decidimos retirarnos. Me duele en el alma dejar la actividad, pero negocios son negocios y éste dejó de serlo», contó Andretich.
El caso de este productor, que es vicepresidente de la Sociedad Rural local, es una radiografía de lo que está pasando en el país: el éxodo de la actividad. Según cálculos de la Mesa de Enlace, desde 2003 se perdieron más de 5000 unidades productivas. Como mínimo ocupaban 20.000 puestos de trabajo.
Rafaela es cabecera del departamento Castellanos, el más importante en materia lechera en el centro oeste santafecino. Este departamento no escapa a la tendencia nacional. De acuerdo a información de las sociedades rurales de Rafaela y Sunchales, en 2013 tenía 1732 establecimientos. Ahora, 1331. Algunos se cerraron para concentrar la unidad productiva en establecimientos más grandes, otros lo hicieron luego de dos años con inundaciones, pero otros cerraron directamente por la pérdida de rentabilidad.
«Todas las semanas por lo menos un tambo sale a la venta en la región, algo que se vio acrecentado por las inclemencias del tiempo y por la falta de rentabilidad», indicó Pedro Rostagno, productor y secretario de la Sociedad Rural de Rafaela.
Pese a la sangría que se registró desde 2013, aún se mantienen en pie 271 tambos más que en 2003, cuando sumaban 1060. El número de vacas bajó aunque no tuvo una caída brusca, lo que refleja que los animales que salieron de un tambo fueron a parar a otros más grandes. Había 181.573 vacas en total hace dos años y ahora quedan 176.077. Y contra 2003 el número de vacas no creció.
Al momento de la visita de LA NACION, en el tambo todo estaba preparado para la venta, que será el próximo sábado en un remate. Unos 90 terneritos que estaban en una guachera, donde se los cría, parecían estar avisados de la noticia. «El jueves los viene a buscar un nuevo dueño», dijo Andretich mientras pasaba entre ellos.
Su tambo, de tamaño mediano, tiene 350 vacas en total y un promedio anual de 5200 litros de leche diarios. Y tiene 200 hectáreas alquiladas afectadas a la actividad. En la región, el 70% de la producción se hace sobre tierras de terceros.
La crisis en el sector les pega a todos los estratos, pero acecha más a los que son de chicos a medianos. En el país, el 76% de las explotaciones lecheras produce menos de 3000 litros diarios y es responsable del 43% de la producción. El 24% restante hace más de 3000 litros diarios y representa el 57% de la producción total.
En torno del establecimiento de Andretich hay siete personas viviendo de su producción. Es una pyme que cierra. «El tambero [el encargado del ordeñe de las vacas] tiene la posibilidad de irse a otro tambo. A todos los que me preguntan yo les digo que lo tomen», indicó Andretich.
El tambo es un neto generador de trabajo. Se calcula que, según la escala, como mínimo en cada establecimiento hay 4 personas. Llevada la comparación a nivel de superficie, para el tambo se necesita una persona cada 25 hectáreas, contra una cada 500 hectáreas en la agricultura. El tambo crea mucho trabajo, requiere mucho esfuerzo, ya que se hace todos los días del año, sin feriados, y empieza a las 3 o 4 de la mañana. Pero todo lo que eso significa hoy no es para ganar plata.
«Mi hermano mayor, encargado de la administración, el pago a proveedores, la compra de insumos y los bancos, lo toma [a la venta del tambo] como que se saca una mochila muy pesada de encima», graficó.
En los tambos se ajusta el cinturón todo lo que se pueda. Y los productores que tienen alguna otra profesión se recuestan en ella.
Javier Bolatti, productor con unas 230 vacas en ordeñe y presidente de la Sociedad Rural de Sunchales, comenzó el achique en marzo pasado. Dejó de darles de comer a las vacas con un tractor y un mixer [que sirve para suministrar el alimento], algo que demandaba, sumando el personal, $ 18.000 cada 100 vacas. Ahora pasó a un sistema simple donde las vacas comen solas desde un silo, sin el costo de la maquinaria. «Hoy no hago retiros del tambo, sino que vivo de mi profesión de abogado», graficó.
Cobra 3,19 pesos el litro su producción, menos que los 3,25 pesos del último trimestre del año pasado e insuficiente para cubrir un costo de $ 3,60 el litro. Es una ecuación de quebranto. Con lo que cobra busca pagar el alquiler de unas 200 hectáreas afectadas. Aquí un alquiler cuesta, para esa superficie, unos $ 50.000 por mes. Como necesitaba pagar unos compromisos, hace 15 días llevó a un remate tres vaquillonas ya paridas. Salieron a la venta a $ 18.000, pero nadie se las quiso comprar. Se las trajo de vuelta.
La empresa de Rostagno posee cuatro tambos con 900 vacas en ordeñe. Y, como otros productores, dice que hoy busca «zafar». «Hoy nos estamos endeudando para poder seguir produciendo, pero no queremos seguir con eso. Venimos de dos años con muchas lluvias, pérdidas de pasturas y costos altos», indicó.
Andretich le apunta a la política oficial de los últimos años, que tuvo trabas al comercio, controles de precios y de las exportaciones por la situación del sector y la falta de inversión. Cree que si hay un cambio con un próximo gobierno va a necesitar «de dos a cuatro años» para revertir «el daño causado».
En 1999, la Argentina produjo 10.328 millones de litros. Según cálculos preliminares del sector de la producción, este año podrían ser 10.318 millones. El Gobierno se despediría con una producción estancada.
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