Por Paolo Barbieri
La construcción del progreso.
El presidente echó las primeras paladas de tierra a modo de piedra fundamental, las vías del ferrocarril unirían los 400 km de Rosario a Córdoba. La Pampa era un desierto desolado, inhabitado, sin embargo ahí estaban las autoridades del estado, inversores extranjeros y el pueblo celebrando el inicio de la obra.
Que “desde el Plata hasta la Patagonia, hasta la cordillera de los Andes, todos se ocupen del ferrocarril como de su propio ser” dijo el presidente, la obra finalizaría 7 años después.
La escena no resulta familiar, suena descabellado celebrar un inicio de obra en un país donde la mayoría no se terminan y que transformó en un hecho extraordinario recibir inversiones extranjeras. Sin embargo hace 150 años las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda ponían a la Argentina en el camino del desarrollo.
Tendemos a imaginar a esos presidentes, o quienes los sucedieron, como un grupo homogéneo y despolitizado, nada más alejado de la realidad. La “grieta” era por momentos tan marcada, que las diferencias terminaban en guerras civiles. La lucha por el poder conocía los extremos. Sin embargo, coincidían fundamentalmente en un punto: el respeto a la constitución, el respeto por las normas.
El marco institucional que inauguró Mitre, y se mantuvo durante 6 décadas, puso a la Argentina entre los países más exitosos. La revolución ferroviaria alcanzó logros que deberían ser un orgullo nacional, entre 1862 y 1930 las vías pasaron de 500 a 38.000 km, millones de inmigrantes poblaron el país y fundaron cientos de pueblos, se multiplicó por 10 la inversión extranjera, por 25 la cantidad de hectáreas sembradas y se quintuplicaron las exportaciones.
La clave del proceso fue generar el ámbito institucional adecuado para atraer la inversión privada. El ferrocarril, sin embrago, no era un fin en sí mismo, sino el medio para el progreso. “La locomotora ha venido, y ella es la industria, el comercio, el arte, la ciencia, la poesía, la conductora de hombres y la regeneradora de pueblos. Esta tierra es desde hoy suya.” Así le habló Avellaneda al motor del progreso.
Hoy hemos perdido la capacidad de proyección a largo plazo, la certeza de la seguridad jurídica que es tan sencilla como saber de ante mano, que las reglas que regulan las inversiones no se van a modificar ya sea que ésta prospere o fracase. Este obstáculo, que no se discute en ningún país, es insuperable para el progreso.
Ese logro sin igual ya no existe, los 60 años que siguieron al desarrollo del tren fueron de deterioro permanente de la red, sólo nos quedan sus hermosas estaciones como testigos abandonados de otra época.
Por eso, debemos inspirarnos en esa generación que tuvo una acertada visión de futuro. Pero no ya copiando lo que hicieron, porque los tiempos son otros, sino interpretando lo que ellos harían ahora. Estoy seguro que como primera medida decidirían imperiosamente trabajar por lograr recuperar la institucionalidad y el respeto por la inversión privada. Esa debe ser nuestra piedra fundamental, y probablemente no reciba pompas ni celebraciones, pero permitirá sacar nuestra economía del estancamiento. También debemos generar una voluntad indomable frente a los apóstoles de la resignación y a los barrabravas del progreso, como la tuvo Sarmiento cuando propuso asignar 800.000 pesos para la construcción de ferrocarriles y exclamó que esa cifra no era nada y que esperaba antes de su muerte se inviertan 800 millones en vías, la barra entonces se burló del sanjuanino, que pidió a los taquígrafos que consten en acta las burlas. «Porque necesito que las generaciones venideras sepan que para ayudar al progreso de mi país he debido adquirir inquebrantable confianza en su porvenir. Necesito que consten esas risas para que se sepa también con qué clase de necios he tenido que lidiar”.
Podemos lograrlo, podemos generar nuevamente un país próspero, donde la preocupación no sea solamente sobrevivir, sino progresar, que el desarrollo pueda ser nuevamente una aspiración al alcance de todos. Estamos a tiempo, aun no es demasiado tarde.
Paolo Barbieri.
Concejal.
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