Un agronomo de 9 de Julio sostiene que en el oeste bonaerense el trigo puede explorar nuevos techos de rinde
Pablo Baloriani «la rompió» con el trigo en la zona de 9 de Julio, corazón del Oeste bonaerense, que no es donde el cultivo históricamente mostró sus mayores rendimientos. ¿A qué se debe? A un trabajo serio y sostenido, que viene uniendo lo mejor de la tecnología con una gestión agronómica que sigue todo al detalle. Es una historia que vale la pena conocer.
El ingeniero agrónomo Baloriani es un reconocido asesor que trabaja con base en esa ciudad de la provincia de Buenos Aires, ubicada sobre la ruta nacional Nº 5, a casi 300 kilómetros de la Capital Federal. Desde allí, gestiona la agricultura de 28 empresas, que suman unas 25.000 hectáreas.
En uno de esos campos, el establecimiento Santo Tomás, pasando 9 de Julio en dirección a Carlos Casares, propiedad del productor Eduardo Masi Elizalde, obtuvieron un rendimiento promedio de 6.400 kilos, sobre un lote de 160 hectáreas sembradas (algunas no se cosecharon por problemas de agua).
«Acá se dieron una serie de factores que nos permitieron ese éxito: la genética triguera, que resultó fundamental, pero también el hecho de estar bien encima del cultivo, lo que nos permitió tomar decisiones estratégicas de manera muy oportuna», resumió Baloriani.
«Estos son suelos clase 1 y apostamos a un planteo tecnológico muy alto, lo que nos permitió ver picos de rendimiento en algunos sectores de hasta 9.000 kilos/ha», arrancó el ingeniero, que es miembro del grupo CREA 9 de Julio – Carlos Casares y de la regional 9 de Julio de Aapresid.
El lote se sembró el 1 de junio (una fecha temprana para la zona), apuntando a 260 plantas logradas por metro, y durante el período del cultivo el lote recibió pocas heladas pero lluvias que superaron ampliamente los promedios zonales. Así, la presencia de las enfermedades resultó un problema inevitable.
Pero Baloriani les aplicó una receta eficiente. Su primer componente fue estar bien encima de los cultivos. «Hay que visitarlos todas las semanas; no se puede ir a ver el trigo cada 20 días», planteó.
Con esa actitud, detectaron rápidamente la presencia de la roya estriada, que controlaron con dos aplicaciones de fungicidas hechas con avión. La primera, con una mezcla de triazol más estrobirulina en macollaje y la segunda 30 días después, con una carboxamida.
«Los resultados quedaron a la vista. En ensayos que teníamos en la zona vimos que lotes testigos que dejamos sin tratar con fungicidas rindieron casi 3.000 kilos menos», detalló Baloriani.
Y agregó: «A la gente le cuesta el tema sanitario, pero a mí no me preocupa. Me ocupa. Así, para la próxima campaña voy a volver a planificar dos aplicaciones de fungicidas y ningún cliente me va a cuestionar nada, porque saben que sacamos más de 6.000 kilos de trigo».
Un capítulo propio merece el tema de las aplicaciones. Para el ingeniero, es central que se hagan rápidamente, una vez que se detectó el problema sanitario a tratar. «Hay que estar encima. Demorar una semana la aplicación es una barbaridad, porque la incidencia de las enfermedades crece día a día», advirtió.
Para el ingeniero, la genética que utilizó expresó un enorme potencial no sólo por la doble aplicación de fungicidas en tiempo y forma, sino también por la doble fertilización utilizada.
El primer capítulo de la nutrición se jugó en el cultivo antecesor: la soja. Allí, aplicaron lo que consideran la base de la estrategia. Es decir, el fósforo, en altas dosis.
Luego, la fertilización fosforada se completó con unos 120 kilos/ha de MAP como arrancador, dosis que surgió del análisis de suelo y el objetivo de llevar el fósforo a 20 ppm.
En contra del manejo que muchos tienen, Baloriani dice que él fertiliza el 100% de los lotes de soja de segunda.
En cuanto al nitrógeno, los análisis mostraban niveles de N muy bajos. Teniendo en cuenta las indicaciones de DONMARIO, que le precisó que los requerimientos de Algarrobo se ubican en 30 kilos de N por tonelada de grano, aplicó un dosis de más de 200 kg/ha de urea.
«Está claro que esa inversión se paga. Yo diría que este tema de la fertilización es central, porque tenés una genética que responde. Quizás, en otro trigo todo este paquete no generaría esa respuesta», analizó el asesor.
Como quedó dicho, el planteo de la nutrición está atado, allí en 9 de Julio, a la rotación. La secuencia de cultivos que siguen en el establecimiento Santo Tomás es trigo/soja de 2º – maíz – soja de 1º. Ese conjunto es parte del secreto que permitió sacar los 6.400 kg/ha promedio.
«Yo apuesto al rinde, porque la mayoría de mis clientes entregan para exportación. En ese escenario, que es el de gran parte de los productores, la calidad pasa a segundo plano», resume el ingeniero.
En términos conceptuales, más que técnicos, hay dos cuestiones que para Baloriani vale la pena destacar, a la hora de analizar los porqués de este rendimiento de trigo que abre nuevas fronteras para el cultivo en la zona.
Por un lado, dice que una de las claves es la anticipación, tanto para sembrar en fecha como para controlar las malezas o detectar las enfermedades y hacer las aplicaciones. Anticipación significa que hay que estar alerta, tener actitud, proactividad. «Todo esto tiene costo cero», entusiasma Baloriani.
El otra tema central -afirma- es el apoyo constante que recibió de DONMARIO para tener el manejo justo para su genética y en su zona, que no es igual que en otra. «El respaldo de Jerónimo Costanzi, responsable de la empresa en esta región, fue estratégico para mí», reconoció el ingeniero.
«En este zona, el 70% del trigo que se sembró debe haber sido Algarrobo. Realmente su adopción fue masiva. En mi caso, de las poco más de 5.000 hectáreas que manejo, sembramos esta variedad en 3.500», relató.
Y finalizó, convencido, con una definición que sonó a sentencia: «para el año que viene, nadie me saca de esta variedad. Además, estoy convencido de que no hace falta ser grande para tener tecnología de punta, manejo de punta y obtener altos rendimientos».
Fuente y foto: Don Mario
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