Pan triste: el trigo no tiene la culpa
Cada vez cuesta más caro. Como todo. En el gobierno saben que el cereal influye en menor cuantía en este desaguisado, pero lo siguen eligiendo como chivo expiatorio. Y perjudican a medio mundo para sostener este relato.
El precio del pan al público no para de aumentar. Como las medias de vestir, los electrodomésticos, el detergente o una bebida cola, solo por citar algunos casos. La única diferencia entre el pan y todos ellos es que se trata de un rehén de la demagogia política, el objeto de deseo de cuanto burócrata circula por un gobierno intervencionista. Así, el trigo que lo genera pelea el sitial menos querido palmo a palmo con la carne vacuna, y aunque cada tanto pierde la pole position es un candidato de fierro al puesto de producto intervenido.
Es que además marida bien con la militancia que sueña con su propia Sierra Maestra, que ha comprado la idea de que toda la culpa es del precio del trigo y por esa razón hay que castigar a quienes lo producen y subsidiar al resto de la cadena. Esto a pesar de que hay una montaña de trabajos técnicos que indican que el noble cereal apenas es responsable por el 13% del valor final de un caserito o una figaza. Jamás han logrado visualizarlo, se despedazaría el relato, y es justamente lo que hay que cuidar. Tampoco logran tener frente a los ojos que el 23-25% del precio final del pan deviene de impuestos.
Los panaderos, en tanto, hacen su contribución, no siempre inocente, a la confusión general. Total, el trigo no puede defenderse, y es mejor echarle la culpa a él que al gobierno de turno. En opinión de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de la Argentina (FADA), la materia prima no llega a ser una cuarta parte de los costos de la panadería, mientras que el costo laboral significa más del 42%.
Todo este aquelarre es el escenario en el cual suele zambullirse el burócrata de turno. Junta asesores, crea una dependencia especial, toma más y más gente y arma un fideicomiso de casi segura inutilidad. En este caso lo denominaron «estabilizador», justamente el objetivo que jamás logró. Sirvió sí para mover una gran masa de dinero, que con destino cuestionable se le quitó de un modo u otro a la producción genuina. Como sucede habitualmente el fideicomiso fue útil para favorecer a algunos actores del negocio, distorsionar el mercado y hacer que los precios del pan se mantengan en el mismo valor que tendrían sin su presencia.
Es curioso que solo a la Argentina le suceda algo así. El precio del pan no es un tema de conflicto en Uruguay. Brasil, Chile o Bolivia, que están sometidos a los mismos valores internacionales que nuestro país, y que padecen las consecuencias de la guerra en el Mar Negro igual que nosotros. En las naciones vecinas no hay fideicomisos ni ningún otro invento parecido. Menos que menos derechos de exportación o volúmenes de equilibrio. Es más, Brasil y Uruguay exportan e importan trigo con la mayor naturalidad del mundo. Y su gente come pan, claro.
La sanata que faltaba para completar este sainete tiene que ver con quienes hablan de «un precio inusualmente alto para el trigo argentino en los últimos meses«, mientras hacen la cuenta dividiendo el disponible por el valor del dólar oficial. Argumentan que «ahora vale más que en el primer semestre». El trigo, como cualquier otro producto, se rige por una de las primeras leyes del hombre sobre la Tierra: la de oferta y demanda, solo que su origen biológico le da algunas diferencias respecto de un tornillo o un pantalón de vestir, y cuanto más nos alejamos del momento de cosecha más vale, sencillamente porque queda menos cereal disponible. Desde luego esto se potencia en un escenario como el actual, afectado por una sequía histórica.
Respecto del precio del pan., no son pocos los que insisten en que sería mucho más razonable subsidiar directamente a aquella porción de la demanda que no cuenta con recursos. Es probable, lo que está claro es que meter mano indiscriminadamente en este o cualquier otro mercado solo implica más padecimientos para la población y pingues ganancias para unos pocos, aunque esto último resulte difícilmente comprobable. Los fantasmas no existen, pero que los hay, los hay.
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