Carne vacuna: ¿por qué cae el consumo en nuestro país?
Derribado el mito de que se trata de un producto caro, claramente la ecuación se explica en el poder adquisitivo.
El consumo de carne vacuna en la Argentina tiene paradojas que, sin dudas, van más allá de los tiempos, de las modas, de los cambios de hábito de consumo y, particularmente, de diferentes modelos económicos en más de 100 años.
El cuadro de situación se puede analizar a poco de revisar los extremos históricos. En 1923 se consumieron 96 kilos por habitante por año, cuando la población de nuestro país estaba cerca de llegar a los 10 millones de habitantes.
Luego hubo una etapa de estabilidad en torno a los 80 k/h, pero en realidad retrocedió para tomar impulso: en la década del cincuenta (14,5 m/h) llegó a los 92 k/h para, finalmente, arribar al pico histórico de 101 kilos en el año 1956 (15 m/h).
Desde aquel momento (y aún antes), el consumo total de proteínas, si se considera lo que surge de la producción bovina, porcina, aviar, ovina y pesquera, se situaba entre los 110 y 120 kilos por habitante por año. Por lejos, se trata de la más alta del mundo; desde aquel registro de 1923 y hasta estos días.
El prólogo viene a cuento porque la pregunta es inevitable: ¿Qué pasó?
En forma lineal se concluye que hubo una redistribución de los tres principales productos que se consumen en nuestros hogares: la denominada carne (a secas), el pollo y el cerdo.
Si observamos las últimas dos décadas apreciamos que, en 2002 (la de menor valor total del período asignado), se consumían 58 kilos de carne; 18 kilos de pollo y 5 kilos de cerdo. Son 81 kilos que, podrían llegar a 82 sumando carne ovina y al pescado.
Un salto muy importante se produjo en el año 2012, cuando la carne seguía en 58 kilos, pero el pollo subió a 40 kilos y el cerdo a 9 k/h, para un total de alrededor de 110 k/h. Hoy, la referencia es 49 kilos de carne; 46 de pollo y 17 de cerdo.
Una situación de estas características, donde intervienen factores de intereses diversos y procesos productivos con inversión a cielo abierto (a excepción del caso de las aves), no puede explicarse desde una sola causa. Pero veamos algunas de las razones que han intervenido (e intervienen) en la cuestión:
—La caída de consumo de la carne vacuna está directamente relacionada con la pérdida de poder adquisitivo. No se pretende hacer aquí un ensayo sobre economía, pero estamos al tanto de lo que viene sucediendo en los últimos años en este sentido en el país.
Que el salario real de los argentinos siga perdiendo terreno afecta directamente a la mesa de los argentinos.
Fuente: Fundación Agropecuario para el Desarrollo de la Argentina.
Como sea, hay que decirlo: hoy, el precio de la carne de vaca está en uno de los niveles relativos más bajos de los últimos años.
—Los cambios de hábito de consumo también tienen cierta relación con el punto anterior, habida cuenta de la elección de una alternativa (no muy diferente), a un precio inferior y disponible en carnicerías y en góndolas (por el caso puntual del cerdo).
—Pero no todo pasa por el precio. La aparición de grupos colectivos que no consumen carne (de ningún tipo, pero con una manifiesta animadversión hacia la vacuna) no es dato menor en este contexto que, además, se suma a los planteos y reclamos (la mayoría sin rigor científico) con observancia respecto de una producción que, sostienen, no respeta parámetros medioambientales básicos.
En este sentido, de aquellos casi 117 kilos de proteína por habitante por año que se consumían hace tan sólo 8 años, hoy estamos en alrededor de 112. En otras palabras, es probable que esta cifra total continúe levemente a la baja en los años venideros. Ahora, si la razón es por este punto (llamémosla vegana), no termina de ser una decisión del consumidor. Pero si sucede por el (menor) poder adquisitivo es porque aún deberemos solucionar parámetros elementales de nuestra economía.
La Nueva/Guillermo Rueda
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