“Soy hincha de los arqueros”

Arquero por definición, Fabio Brance acepta el mano a mano. Una entrevista a la que le pone el pecho y con la que también sale jugando. Referente del arco local, repasa su historia y opina sobre el presente.

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Es sábado. Faltan casi diez minutos para las nueve de la mañana. En la esquina de Río Paraná y 25 de Mayo hay dos clásicos: el chocolate caliente que da una panadería en un día patrio, y el kiosco de Fabio Brance: “Hace cuarenta años que estoy acá”, dice. “Arranqué como empleado y a los dos años lo compré. Siempre en esta esquina. Esto es muy lindo porque te vinculás con mucha gente. Yo era muy tímido y acá cambié muchísimo. Si vos venís un lunes entre las diez de la mañana y el mediodía, tenés mínimo diez personas hablando. Se habla de todo.”

Sí, se hablará de todo, pero lo predominante (juguémonos la cabeza) es el fútbol. Es fácil adivinarlo, porque mientras caminamos desde la esquina, con el termo debajo del brazo, Fabio está dentro y viste un conjunto deportivo azul. No tiene la altura de un arquero, es cierto, pero el porte es de futbolista.

Sale del kiosco. Nos saluda. Estamos rodeados de diarios y revistas. En el frío de un 25 de mayo gris, Fabio se lleva las manos a los bolsillos y cuenta. Nació el 11 de agosto de 1965. El 29 de julio de 1979, antes de cumplir los quince años, ya había jugado en primera. Sin embargo, sólo un par de meses antes, era inimaginable: “Yo iba todos los días a jugar al colegio San Agustín. Un día viene Juan Carlos Pirez, técnico de la quinta división que estaba peleando el campeonato. Se acerca y me dice: te hago una pregunta, ¿vos jugás en San Agustín? Sí, sí, le digo. Te pido un favor, me falta uno. Me puso de nueve porque no tenía a nadie. Hago dos goles. Al otro partido, dos más y dos en el otro. Pero en la final juego en el arco. Me había visto atajar y entonces me puso ahí”.

De jugar todas las tardes a ser campeón en quinta división. Y de jugar casi anárquicamente a conocer a su maestro: “Ahí empiezo a conocer a quien para mí fue, junto a Coto Maldonado, lo más grande que te puede pasar: el Negro Pirez”. Y agrega: “Son dos formadores. Docentes de fútbol que además te ayudan a formarte como persona.”

Un auto lila y bastante nuevo, frena. Es un hombre mayor. Fabio lo conoce y sabe lo que busca. Dice que tiene casi 100 años. Entra al kiosco, sale con un diario y se lo da. “¿Cómo le va, maestro?”, le dice. Ensamblan una pequeña conversación. Se ríen. Después vuelve y sigue charlando. Cumple las dos funciones sin problemas: atiende en el kiosco y se presta para la entrevista.

Algo similar a sus comienzos, cuando jugaba y atajaba: “El arquero, siempre digo, tiene que jugar de dos o de nueve. Eso te ayuda y mucho porque aprendés. Sabés qué va a hacer el delantero y sabés cómo reaccionar vos.”

Luego de su ascenso vertiginoso en Nueve de Julio, prueba suerte en Boca: “Me lleva Luis Luquez. Él jugaba en Atlético 9 de Julio y vivía todo el día entrenando. Me llamaba para ir a patearme a la cancha de San Agustín. De ahí me conoce y me lleva. Estuve poco tiempo. Me volví porque no me aguanté. No la pasaba bien. Estaba en una pensión que no era de Boca. Incluso Ernesto Grillo me manda una carta a través de Tati Pardavilla. Pero no volví.”

Hay partidos, quizás, para los que nunca se está preparado. Se puede analizar cómo patea cada uno de los delanteros pero, ¿cómo se arma la barrera para detener el tiro libre que ejecuta la soledad de una pensión? Hoy, de cualquier manera, cree que la cabeza es fundamental, sobre todo, para el arquero: “Es un puesto muy especial. Tenés que ser muy fuerte de la cabeza. No pasa por estar bien físicamente; pasa por estar bien de acá arriba. La lucha que tenemos es contra nosotros mismos, contra nuestros miedos.”

Detrás de su relato se escuchan los frenos de otro auto. Estaciona. Un hombre alto, de alrededor de cuarenta años, se baja a la panadería. Y grita, chicaneando: “Pela, no te dejan de sacar fotos, eh. Lo que es la prensa, impresionante.” Es un tal Gustavo y pareciera que lo conoce a Fabio desde siempre.

Seguramente que en la década del 80, la prensa también le sacaba fotos pero debajo de los tres palos. Porque cuando regresó de Boca, fue a su club de origen: San Agustín. Desde 1981 a 1987 defendió los colores granates y obtuvo los títulos del 84 y el 86.

El único año de su carrera que lo hizo en otro club fue en 1988: “A fines de 1987 paso a French. Viene Coto Maldonado y dice: a ustedes dos (el otro es Ignacio Lisazo) los quiere French y tienen que ir sí o sí porque con lo que pagan hacemos el alambrado de la cancha”. Por esos tiempos, la reglamentación estaba cambiando y de a poco se instalaba el alambrado olímpico.

En el albinegro también fue campeón.  ¿Y ante quién juega la final? Sí, contra San Agustín: “Hay algo que nunca voy a poder explicar: la sensación que sentí cuando French hizo los dos goles. Me recorría un frío por todo el cuerpo. Obviamente no festejé ni di la vuelta olímpica.” Con su pasión intacta prefiere volver a San Agustín: “Me quedé un solo año porque había sido tan bueno que si volvía y no andaba bien, lo arruinaba.”

En 1989 volvería a ser campeón con el granate. Pero, para sorpresa de muchos, en 1990 y con 24 años se retiraba: “Me fui porque me había acobardado el fútbol; me había cansado. Había tenido un problema personal, un accidente de mi hermana mayor y me di cuenta que el ambiente del fútbol no es tan bueno como se cree”.

Ahora Brance sale de los tres palos. Salta, descuelga la pelota y la embolsa. Tiene la redonda, se acomoda la gorra y elige contraatacar: “Yo tuve dos grandes accidentes en mi vida. Sacando el grupo de arqueros y gente por la que hay que sacarse el sombrero, el resto se borró. Ahí me di cuenta de muchas cosas que me decía mi viejo. Mientras vos le sirvas te van a usar. El fútbol se ha quedado sin dirigentes, no tengo dudas de eso.

Pero Fabio se refugia. Vuelve a los tres palos y habla, sobre todo, del puesto de arquero: “Soy hincha de los arqueros. Yo voy a ver un partido y preguntame qué pasa con un arquero. No me preguntes otra cosa.”

Su pasión, su obsesión pero también su experiencia lo llevan a ser el entrenador de arqueros más reconocido de la ciudad: “Me dediqué a entrenar arqueros porque yo me fracturé ocho veces y no quería que a los chicos les pase lo mismo.” Y luego agrega: “El arquero para mí es un jugador más, que puede usar las manos. Entonces tiene doble entrenamiento: como jugador y como arquero. Hoy prevalece mucho el que sabe jugar con los pies. Lo ideal sería que el arquero fuese un jugador más, que juegue como líbero y que maneje los dos perfiles.”

Se reconoce, además, como exigente: “No me conformo con la idea de que la pelota entra en el ángulo. Hay que llegar. Algo hay que hacer para llegar. El arquero es el primero que sabe si se equivocó o no. Hay que convivir y aprender del error”.

Con quien convive también es con Yamil Acis. Pero no es un error; al contrario, Fabio no escatima en elogios: “En este momento es el mejor de todos. Lo tengo desde los ocho años. Cuando lo vi pararse en el arco y vi la primera pelota que agarró, digo este chico es distinto”. Gracias a él, además, conoció al Pato Fillol, ya que vino a buscar a Yamil para llevarlo a River. Lo llamó por teléfono un día. Ni lo creía, pero era verdad: “Lo que más me sorprendió de él fue la humildad. Es un tipo común, sencillo.”

Sí, Fabio Brance es sinónimo de fútbol, de pasión. Por eso podría estar hablando toda la mañana de ello. Incluso de entrenadores. Bostero hasta la médula, no deja de reconocer a Gallardo como el mejor de Argentina. ¿Y de Nueve de Julio? “Es un placer escuchar una charla técnica de Omar Santorelli. El resto de los técnicos está  muy lejos de él. En tres minutos te marca lo que pasa en noventa.”

Tiempo cumplido. Brance descuelga el último centro y espera el pitazo de la entrevista. Pero antes sentencia: “El fútbol es mi pasión, es mi vida”. Sí, y el kiosco lo hace saber. Fotos de otros tiempos decoran su interior. Y afuera, mates, charlas y, quizás, discusiones completan diariamente el cuadro.

Entrevistadores: Facundo Berazadi y Juan José López

Fotografía: Gustavo Abraham / Redacción: Juan José López

(1) No se conoce el autor de la fotografia

 

 

 

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